Con zarcillos de diamante
ella vestía:
sus piedritas en la oreja,
y valiente sonreía.
Me miraba ella
con su flor en la cabeza,
y sus hombros plateados
hablaron al sol.
Me conocía ella,
como nadie me conocía,
me miraba y se desvestía,
me abrazaba, yo reía.
La ciudad nos veía,
y se apagaba, ya dormía,
me encendía yo,
y ella, ella me mecía.
lunes, noviembre 16, 2009
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