Hace mucho tiempo que no escribo una palabra aquí, y en casi ningún sitio. Hace mucho tiempo que ni siquiera entro. Y ahora que lo hago, tengo la sensación de estar andando por un lugar parecido a estas ciudades de arquitectura soviética que fueron desalojadas en medio minuto ya fuera por la explosión de algún reactor nuclear o la construcción de quién sabe qué embalse. Es como recorrer los edificios abandonados y encontarte con que el libro de recetas está abierto por el capítulo de cómo hacer la ensaladilla rusa. Entro y remuevo las ruinas. Entro, y me agacho, y levanto la alfombra por la esquinita. Piedras y piedras. Todas grabadas por signos alfanuméricos que van descifrando dos o tres o cuatro o infintas historias. Hay muchos nombres que se esconden detras de cada palabra. Se me hace extraño pronunciarlos, se me hace difícil comunicarme con los otros. Por eso comencé a escribir, para cerrar distancias. Entro, ahora ya puedo entrar y remover todas las ruinas. Ahora que las distancias se cerraron y las heridas se convirtieron en rasguños. Ha pasado mucho tiempo desde que escribiera mi última palabra, ya no la recuerdo, ni la quiero olvidar. Entro y repaso mis pisadas antes de que saltara por la puerta y la ventana se cerrara de un portazo. Ahora entiendo porque la gente abandona los lugares comunes y huye hacia adelante, las cosas las creamos con una esencia, los libros tienen desenlace, los personajes comen perdices, retoman otras rutinas.